Por Josmary Nascimento

Algunas personas pasan toda su vida buscando ese amor único e irrepetible que a veces nunca llega, incluso otras se convencen a sí mismas de que no existe. Pero, si llegan a encontrarlo ¿serían capaces de reconocerlo y dejarlo todo por seguirlo? Esa es la pregunta, con una dura respuesta, que deja Los Puentes de Madison, una película de 1995, dirigida por Clint Eastwood.

En una cocina de una granja de Iowa, Francesca ve pasar su cotidiana vida de ama de casa rodeada por su esposo y sus dos hijos. Pero una tarde, estando sola porque su familia había partido por unos días, su rutina cambia y aparece un hombre que estaba extraviado, Robert Kincaid, un fotógrafo de la revista National Geographic, que buscaba los famosos puentes cubiertos del condado Madison. Es ese encuentro con aquel hombre el que hará sacudir la tranquilidad de nuestra protagonista, modificando para siempre su destino.

En este film, Clint Eastwood se esmera en cuidar los detalles. Basada en el año de 1965, los Puentes de Madison transporta al espectador fácilmente a la época; el vestuario, la escenografía y los automóviles confluyen a la perfección. Los protagonistas, Meryl Streep y el mismo Eastwood, desarrollan una química en pantalla que desborda el deseo e incluso la frustración y tristeza de un amor desolador que no puede ser.

La cocina de Francesca toma parte importante en el desarrollo de la película, allí se conocen, se besan por primera vez, bailan con el jazz de Johnny Hartman, discuten, sueñan y se desilusionan. Es aquí donde ella se plantea la difícil decisión de dejar una existencia que no la satisface, que no la hace feliz, por la oportunidad que pocos tienen de encontrar el amor o como lo diría el mismo Robert: “este tipo de certidumbre llega tan solo una vez en la vida”.

Entre tantas películas de amor y desamor que rondan la cinematografía de Hollywood, los Puentes de Madison es un clásico que no se puede dejar pasar, una historia de un amor desventurado se podría decir o, quizás, para algunos, un amor que tuvo su momento, su inicio y su fin, para atesorarlo por el resto de los días. Sin duda alguna es una cinta que deja ver en un trasfondo -no tan oculto- el coraje y el valor que conlleva una decisión: el poder hacer lo que quieres, anhelas y te hace feliz o la aceptación de la moral de los otros, la cual te condena a vivir arrepentido. Definitivamente Clint Eastwood lo supo representar poderosamente bajo la lluvia, donde todos nos sujetamos a la manilla de un auto, sintiendo las ganas de salir corriendo y dejarlo todo para alcanzar la auténtica alegría sin mirar atrás.

Es una historia capaz de trascender en el tiempo, de permitirle al espectador sentirse identificado seguramente en algún momento de su vida, donde todo depende de una decisión, del aquí y el ahora; donde el arrepentimiento puede ser el causante de grandes tristezas y decepciones; donde el miedo al cambio puede hacer que nos quedemos congelados en el tiempo, sin sentir verdaderamente, sin tener el valor suficiente de cambiar nuestras vidas y alcanzar aquello con lo que siempre soñamos.

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